miércoles, 19 de enero de 2011

TEXTOS ARGUMENTATIVOS

Escenas de un día cualquiera

Pedro G.Cuartango

Publicado el Miércoles, 3 de noviembre de 2010

Decía un amigo mío hace pocos días que si no somos capaces de ver lo que sucede delante de nuestros ojos en la calle difícilmente podremos comprender otras realidades mucho más abstractas.

La dura crisis que padecemos ha tenido un efecto colateral: la invisibilidad de los marginados. No vemos a los desgraciados que piden dinero en las esquinas, a las personas que vagan sin rumbo porque carecen de trabajo, a los indigentes que duermen sobre cartones a la intemperie, a los inmigrantes que abandonan sus casas porque se han quedado en paro.

Las ciudades se han convertido en un espejo de la miseria humana y, por ello, hemos optado por no enterarnos de nada. Como sucedía en Alemania cuando los nazis deportaban a los judíos.

No vemos el dolor, la pobreza, la indignidad porque nos hieren, nos sacuden en los más íntimo. Por eso todos cerramos los ojos para salir a la calle o tranquilizamos nuestras conciencias repartiendo calderilla.

Suelo observar con frecuencia una curiosa pareja en la calle Costa Rica de Madrid. Él es un hombre muy viejo, de casi 90 años, alto, bien vestido y de aspecto distinguido, que apenas se puede mover. Ella es una mujer sudamericana, de no más de 40 años.

En cuatro o cinco ocasiones, les he visto sentados en un banco, en silencio, distantes, sin nada que decirse. La última vez el viejo agarraba con la mano el pecho de la mujer, visiblemente violentada.

Casi en el mismo lugar, anteayer dos polacos vestidos míseramente, con sendas mochilas, me pidieron dinero para volver a su país. Me dijeron que se habían quedado en paro. Iban sucios, mal afeitados, con ropas harapientas. Fuera cierta o no su historia, era evidente que estaban pasando un mal momento.

El sábado, cuando la lluvia descargaba sobre la capital, vi a un hombre en bici, parado en un cruce, que chillaba e insultaba a todo el mundo en un idioma extraño para mí. Tenía un gesto de crispación, como si estuviera en guerra contra todo el mundo. El agua chorreaba sobre su ropa.

Son tres escenas fragmentarias, tomadas al albur, instantáneas que reflejan una comunidad de perdedores que va creciendo mientras se desintegra un Estado de Bienestar que creíamos eterno. Ignoro cuál es la solución a una crisis tan compleja, pero lo que sí constato es que volvemos a tener delante de nuestros ojos una lacerante miseria que va mucho más allá de la pobreza.

Lo que no queremos ver es la degradación de la dignidad de los seres humanos, abocados a un futuro en el que ya no existe ni la menor esperanza. Nos aferramos a un mundo de lo virtual, confiados en que la peste se detendrá en las murallas de nuestro entorno cotidiano. Pero el mal avanza, corroe nuestras seguridades y nos revela que nadie es invulnerable.

Mirar la realidad es un acto tan necesario como doloroso, aunque sólo sea para entender que es una cuestión de mero azar no estar en el lugar de ese extraño que nos pide unos céntimos en un semáforo