jueves, 17 de marzo de 2011
coementario nº 4
Florinda Salinas
La habilidad humana para hablar, según los antropólogos, surgió hace dos millones
de años, así que la lengua viperina cuenta con una sólida tradición. El despellejamiento es
un recurso fácil para los que carecen de conversación. J. A.. Marina repara en que
aprendemos a hablar de pequeños y ya no paramos en toda la vida. “Lo que decimos
siempre se parece a nosotros”, pensaba Borges. Si el cénit de tu conversación se sitúa entre
Mar Flores y Alexandro Lequio, si reservas tu coeficiente para largar sobre tu cuñada, la
mujer del jefe o la vecina de adosado, si de cinco palabras que pronuncias, cuatro están
teñidas de resentimiento y juicios sumarísimos, es fácil imaginarse cómo eres.
Dicen que las palabras se las lleva el viento, pero es mentira. Las palabras anidan en
el corazón del que las pronuncia. Los malos sentimientos, la inquina, la prepotencia, la
envidia forman una malla densa, un atascon en nuestra personalidad difícil de deshollinar.
Vivimos en una extraña cultura en la que sólo prospera la espuma de las cosas, la
modelo que fue a la fiesta de la temporada, el interiorista que decoró una exposición, los
originalísimos canapés del estreno de teatro, la portada del Hola. Puedes triunfar en
sociedad si llevas la ropa del diseñador adecuado, en la fiesta perfecta y con el acompañante
de moda. En esa tesitura nadie espera de ti que recites a García Lorca, ni siquiera el “Verde
que te quiero verde”. Sólo tienes que hacer un par de declaraciones a un
Minutos. ¿Sobre qué? Ni tú, a ciencia cierta, lo sabes. Esto no es el imperio de lo efímero,
sino la dictadura de la estupidez.
“Un buen escritor –afirma García Márquez-, se reconoce más por lo que rompe que
por lo que publica”. Una persona legal se manifiesta más por sus silencios que por lo que
larga. ¿Quién es tu mejor amigo? El que sabe guardar una confidencia y la lanza
inmediatamente por el correo electrónico. Un hombre de una pieza tiene un callo en la
lengua de tanto mordérsela habitualmente. Sabe ocultar las debilidades de los demás, elude
los golpes bajos. No dirá por ahí que en la oficina te abandona el desodorante, que te dan
miedo los ascensores, que tu depresión ha salido publicada en The Lancet. Tu amiga del
alma no se ríe de tu tapicería cuando vas a la cocina por hielo, ni describe tu aspecto
cuando te pruebas en marzo el primer bañador, ni abre una página en Internet explicando
tus problemas con tu banco.
Ben Bradlee, ex director del Washington Post y maestro de periodistas dijo que
“detrás de toda información deficiente hay una formación deficiente”. Lo mismo: detrás de
una lengua viperina hay una senbilidad de esparto y un cerebro poroso. O sea, estropajo y
piedra pómez.
características de los textos humanísticos
1. LAS CIENCIAS Y LAS HUMANIDADES
Son disciplinas humanísticas aquellas que tienen como objeto de estudio todo lo relacionado con la naturaleza espiritual y social de los seres humanos y con el conjunto de sus manifestaciones históricas y culturales: la Filosofía, la Sociología, la Psicología, la Historia, la Economía, la Filología, etc. Los textos de todo tipo que se producen en estas disciplinas tienen como finalidad básica la transmisión de conocimientos relativos a cada una de ellas, bien entre los propios especialistas, bien al resto de la sociedad en general.
No hay, pues, diferencias sustanciales entre estos textos humanísticos y los científico-técnicos que estudiamos en el Tema anterior: cambian los hechos estudiados, los sistemas simbólicos y la terminología que cada disciplina emplea, pero las circunstancias en que se produce la comunicación, la finalidad, las formas de discurso y los tipos generales de texto son semejantes en ambas. Será importante recordarlo, porque buena parte de los rasgos textuales y lingüísticos que vimos entonces son aplicables también a la comunicación en las disciplinas humanísticas.
Con todo, conviene señalar algunas características generales que, precisamente por su diferente objeto de estudio, definen al lenguaje humanístico frente al científico-técnico:
Ø Mayor tendencia a la abstracción. Frente a la concreción de la investigación científica, que estudia realidades físicas y trabaja con hechos objetivos y observables, las disciplinas humanísticas se ocupan normalmente de entidades puramente mentales, inmateriales, porque su campo son las ideas —como en la Filosofía— o las obras a que éstas dan lugar: el arte, la literatura, las costumbres...
Ø Carácter especulativo. Las ciencias de la Naturaleza parten de la observación y la experimentación para llegar al establecimiento de leyes objetivas universalmente aceptables; en cambio, las humanidades, en general, han de limitarse a “especular”, es decir, a desarrollar mediante la reflexión ideas o teorías sobre la realidad humana y social, sin que les sea posible comprobarlas mediante la experimentación. Las ciencias humanas y sociales se basan fundamentalmente en la reflexión teórica y el razonamiento lógico.
Ø Abierto al debate. De lo anterior se deduce que los planteamientos y las ideas de las ciencias humanas y sociales tienen por definición un carácter provisional y que están sujetos a discusión y revisión constante. Una ley científica, si está demostrada, existe, y, por tanto, no se puede estar en desacuerdo con ella (a no ser que se demuestre su falsedad). En cambio, una especulación de las ciencias humanas —por ejemplo, la “posible” influencia del “supuesto” origen converso de Cervantes en su obra literaria— será aceptada por unos y rechazada por otros y, por tanto, objeto de discusión y polémica.
Ø Ideología y subjetividad. Las disciplinas humanísticas —y, por tanto, sus textos— son más permeables que la ciencia a las ideas particulares y a la subjetividad de quienes las elaboran. Frente a la objetividad y la universalidad a las que aspira la ciencia, en los textos humanísticos suele ser fácil encontrar planteamientos, ideas o expresiones que nos revelan la ideología del autor o, al menos, ciertos aspectos de su subjetividad. Un término como revolución será utilizado de muy diferente manera por un historiador marxista y por otro conservador, porque tiene para ambos connotaciones opuestas, en tanto que nada nos dice el uso de la palabra molécula sobre las ideas o la subjetividad del científico que la usa.
2. ASPECTOS PRAGMÁTICOS DE LOS TEXTOS HUMANÍSTICOS
Las circunstancias en las que se produce la comunicación en los textos humanísticos son las mismas que las de los científico-técnicos; por lo que la mayor parte de lo que dijimos en el Tema anterior sigue siendo válido aquí: el emisor —casi siempre individual— suele ser un especialista que pretende hacer llegar al destinatario una serie de conocimientos sobre el área de su especialidad; si nos fijamos en su función, podemos distinguir entre textos de investigación, didácticos, descriptivos, instruccionales, etc.; el tipo de destinatario nos permite distinguir también entre textos especializados, académicos y divulgativos, con las mismas características textuales y lingüísticas que ya hemos estudiado; los canales comunicativos que se emplean tampoco varían: orales (en conferencias, ponencias de congresos, lecciones magistrales, etc.) y, sobre todo, escritos (en forma de libro, de artículos en revistas especializadas o de información general, en la prensa, etc.); el código, en general, utiliza igualmente como base la lengua común, en su variedad culta y registro formal. No debe sorprender tan alto grado de coincidencia. Al fin y al cabo, todos estos rasgos tienen que ver con el hecho de que ambos tipos de textos persiguen la misma finalidad, la transmisión cultural.
La función comunicativa predominante es la referencial, sobre todo en aquellos textos que pretendan sólo la transmisión de conocimientos. La función apelativa la encontramos en otros textos cuyo propósito sea condicionar las ideas del lector e influir en su comportamiento (es decir, en los de carácter doctrinario). Asimismo, es importante la función metalingüística: toda disciplina humanística posee también su terminología propia y sus tecnicismos, por lo que se hace necesario, sobre todo en los textos de carácter didáctico y divulgativo, explicar el significado de los términos más precisos. Pueden aparecer también las funciones expresiva y poética (algo que es inusual en los textos científico-técnicos): ello sucede preferentemente en los que pertenecen al género ensayístico, por lo que volveremos sobre esta cuestión más detenidamente en el apartado 4.2.
Respecto al código, señalábamos como característico de los textos científicos la frecuencia con que se recurre a sistemas formalizados de representación específicos de cada disciplina: el conjunto de símbolos matemáticos, los lenguajes informáticos, el sistema de formulación química, etc. En algunas disciplinas humanísticas se usan a menudo también códigos no lingüísticos similares que permiten la representación formalizada de los conceptos y de los enunciados: las fórmulas de la lógica y los distintos mecanismos formales que utilizamos en gramática para la representación del análisis sintáctico son dos claros ejemplos de ello.
3. LA ESTRUCTURA DEL CONTENIDO. FORMAS DE DISCURSO
Como corresponde a los textos que hemos llamado de transmisión cultural, sea cual sea la disciplina concreta en la que se incluyan, las formas de discurso fundamentales son la exposición y la argumentación. La exposición se utiliza, como en los científicos, para la presentación y explicación ordenada de contenidos sobre la materia tratada. La argumentación es usual en los textos o partes de texto donde el propósito del autor sea convencer al lector de una determinada idea o criticar los planteamientos de alguna postura diferente de la suya. No vamos a insistir en las implicaciones que tienen en la estructura y la forma lingüística de los textos estas dos variedades de discurso: remitimos a los esquemas del margen y, por supuesto, a cuanto se vio al respecto el curso pasado en los Temas 4 y 5 de Comunicación y Técnicas de trabajo. Sólo añadiremos algunas consideraciones que afectan a los textos humanísticos:
Ø Lo habitual es que exposición y argumentación se mezclen dentro del mismo texto. Predominará una u otra según cuál sea el propósito del autor: si pretende presentar determinados hechos y conceptos para que el lector los conozca, lo que dará sentido al texto será la estructura expositiva (sin perjuicio de que en algún momento tenga que justificar alguna de sus ideas mediante una breve argumentación); si lo que quiere es debatir un problema con el fin de convencer al lector de que sus puntos de vista son aceptables, lo que predominará será la argumentación (pero necesariamente habrá de exponer en algún momento esas ideas de manera ordenada). Y, por supuesto, en ocasiones podrán aparecer también descripciones y elementos narrativos cuando la explicación de los hechos y conceptos lo precise.
Ø Lo propio del lenguaje de las humanidades y las ciencias sociales es la argumentación racional, frente a la demostración por los hechos típica de la ciencia. Se busca sobre todo la fuerza y la solidez lógica de los argumentos, pues de lo que se trata es de convencer al lector apelando a su inteligencia, y no a sus afectos. Sin embargo, dependiendo del tipo de texto y de la intención del autor, la retórica también está a menudo presente.
Ø La estructura puede ser muy variada, aunque lo más general es que el texto completo se ajuste al esquema básico de introducción - desarrollo - conclusión que ya conocemos. No obstante, ha de tenerse en cuenta, como siempre, que en la mayoría de las ocasiones los textos a los que nos enfrentemos serán fragmentos de otros más largos, por lo que resulta más interesante observar el tipo de mecanismo de progresión temática que el autor está utilizando en ese momento: inducción (de lo particular a lo general), deducción (de la idea general a sus realizaciones particulares), reiteración de ideas, contraste, esquema de pregunta-respuesta, esquema de problema-solución, analogía de dos realidades, etc.
Ø En cualquier caso, el tipo de estructura y la mayor o menor libertad con que el autor la conciba, lo mismo que los rasgos lingüísticos que caractericen el texto, dependen del género en el que se inserta su texto. En los textos humanísticos podemos distinguir dos grandes géneros: el estudio y el ensayo. Las diferencias entre uno y otro son tan importantes que preferimos en esta ocasión estudiar sus rasgos por separado.
4. GÉNEROS Y SUBGÉNEROS EN LOS TEXTOS DE TRANSMISIÓN CULTURAL
En primer lugar, es necesario entender que el estudio y el ensayo, más que dos géneros perfectamente definidos por su estructura, constituyen dos actitudes diferentes del autor frente a la materia sobre la que versa su texto, actitudes que repercuten en todos los niveles textuales (la estructura, el léxico, el estilo...). En un estudio, el autor se enfrenta al tema desde una perspectiva profesional y, por así decirlo, “científica”: sus observaciones pretenden ser objetivas, exhaustivas y precisas. El ensayo, en cambio, es un enfrentamiento personal ante el tema: no se sujeta a ninguna limitación impuesta desde fuera y su intención, más que elaborar un análisis riguroso y preciso, es sugerir ideas y provocar la reflexión del lector. En segundo lugar, y derivado de lo anterior, el estudio tiene una estructura, un tono y un lenguaje más convencional; el ensayo es por definición más libre, permite una mayor creatividad al autor a la hora de organizar las ideas y expresarlas. Finalmente, téngase en cuenta que estas dos actitudes no son exclusivas de los textos humanísticos: entre los de tema científico también podemos encontrar estudios (son, por supuesto, los más frecuentes) y, ocasionalmente, auténticos ensayos, en los que el autor adopta una actitud menos técnica, más libre y creativa.
4.1. EL ESTUDIO
Incluimos en este género diversos tipos de escritos como el tratado general, el tratado monográfico (o monografía), el artículo especializado, el artículo de divulgación, la reseña, la ponencia, etc. Todos ellos pueden ser considerados como subgéneros que se diferencian entre sí por criterios como la extensión, la intención del autor, el canal comunicativo utilizado, etc. Así, el tratado general suele ser una obra extensa que pretende abarcar de manera integradora amplios aspectos de una disciplina, mientras que un tratado monográfico se ciñe al estudio, también extenso y exhaustivo, de un asunto concreto: por ejemplo, una Historia de la literatura medieval sería considerada como un tratado general, mientras que un estudio extenso sobre La Celestina sería un tratado monográfico. El artículo especializado es un estudio breve dirigido a especialistas en la materia que, normalmente, presenta algún aspecto concreto de una investigación o apunta ideas novedosas sobre un tema pendientes de ulterior desarrollo, mientras que el artículo divulgativo se caracteriza por ser una síntesis de ideas generales de una disciplina que tiene como destinatario a un público amplio. Una reseña o recensión es un texto crítico donde se analiza y valora alguna obra de otro autor que se considera de interés. Una ponencia, en fin, es un texto preparado para ser leído ante un auditorio de especialistas en un congreso. Hay todavía otros subgéneros que no consideramos, pero los señalados bastan para ilustrar la variedad de los existentes.
Todos ellos presentan unas características similares que los distinguen con claridad del ensayo:
Ø Unidad temática. El asunto, propio de determinada disciplina, está desde el principio bien delimitado y el autor se ciñe a él de manera estricta, evitando todo tipo de digresiones o de derivaciones hacia otros temas no directamente relacionados con el principal.
Ø Actitud objetiva. El autor pretende que su escrito aparezca como producto de una investigación seria, profesional, realizada con las garantías de rigor y objetividad que ofrece la metodología de la disciplina. Por tanto, evita siempre que le sea posible toda referencia a sí mismo para que las ideas que expone las vea el lector como observaciones objetivas y no como opiniones personales. En conexión con ello, predominarán en los estudios la modalidad enunciativa y el modo indicativo, la adjetivación no valorativa, la preferencia por las estructuras nominales frente a las verbales, así como el uso de los recursos sintácticos ya conocidos (véase Tema 5, apartado 3.1) para evitar la aparición de la 1.ª persona del singular: estructuras impersonales y pasivas reflejas, plural de modestia y plural sociativo, etc.
Ø Rigor en el tratamiento del tema. Se exige que se aporte cuanta información y análisis sean precisos para alcanzar los objetivos deseados: datos, hechos, ejemplos, etc. —en el caso de los textos expositivos—, y pruebas o argumentos de todo tipo que convenzan al lector de la pertinencia y validez de las ideas que defiende —en el caso de los argumentativos—. Dos elementos adquieren especial importancia: la discusión fundamentada sobre las tesis que se consideren contrarias a la del autor y el uso de la cita literal de textos de otros autores, la cual servirá como ilustración y explicación en los expositivos y como argumento de autoridad en los argumentativos. El rigor obliga al autor a matizar adecuadamente sus afirmaciones, que no pueden ser vagas ni aproximadas: los datos concretos que se presenten han de ser exactos y rigurosos (piénsese, por ejemplo, en la importancia de las fechas o el orden de sucesión cronológica en un estudio histórico), las citas textuales de otros autores deben consignar la referencia bibliográfica, etc.
Ø En los textos especializados, será también fundamental la exhaustividad: dentro de los límites que se haya impuesto, el autor intenta agotar los análisis y las perspectivas posibles, de forma que no queden sin revisar aspectos que, una vez analizados, pudieran invalidar sus ideas o planteamientos. Se hacen frecuentes por ello las enumeraciones (en series a veces largas) de hechos, de circunstancias, de rasgos característicos.
Ø La precisión es igualmente importante. Lingüísticamente, esta necesidad de precisión se manifiesta, como en los textos científicos, en la abundancia de elementos especificativos en los sintagmas nominales: adjetivos, aposiciones, complementos con preposición y oraciones de relativo sirven para precisar la designación de los términos utilizados. Además, como hemos señalado, las disciplinas humanísticas cuentan también con una terminología propia con la que se pretende hacer referencia sin ambigüedad a categorías abstractas o clasificar de forma precisa los elementos que analizan. Así, en el estudio de la lengua utilizamos constantemente tecnicismos como lexema, preposición, sintagma, función fática, etc.
Ø Finalmente, en los textos clasificables como estudios los autores procuran ajustarse a las convenciones metodológicas de la disciplina, tanto en el desarrollo y estructura como en las exigencias de presentación. Estas convenciones metodológicas no son en realidad diferentes de las que se utilizan en los trabajos científicos. En la mayor parte de las disciplinas, sean de un tipo u otro, se siguen unas mismas fases, que son las que caracterizan en general todo tipo investigación intelectual (véase la ilustración del margen), y esas mismas fases suelen ser las que estructuran los textos en los que se exponen los resultados de tales investigaciones, que son precisamente los estudios en sus diversos subgéneros. De esta forma, un texto humanístico completo de este tipo podría tener una estructura muy similar a la que presentábamos en el Tema anterior (apartado 2) para los textos científicos. Por otro lado, se exige seguir fielmente otras convenciones habituales, como los sistemas de citación textual, la indicación de las referencias bibliográficas o la forma de incluir notas a pie de página y finales.
4.2. EL ENSAYO
Resulta ya tópico citar, para ilustrar qué es un ensayo, la definición que de este género hizo Ortega y Gasset: un ensayo es una disertación científica sin prueba explícita. Entendiendo, en primer lugar, que con el adjetivo científica no se refiere al tema —opuesto a humanística—, sino al propósito de reflexionar profunda y metódicamente sobre la realidad, atina Ortega con tres de las claves que permiten diferenciar este género del estudio especializado: el carácter personal y libre de la reflexión (disertación), la renuncia al rigor y a la exhaustividad (sin prueba explícita) y el propósito de hacer reflexionar al lector y sugerirle nuevas ideas (sí suele haber “pruebas implícitas”). Otros han definido el ensayo como un estudio que se quiere presentar con humildad, como sin finalizar, en estado de meditación y elaboración, destacando con ello otro rasgo más: el carácter abierto del texto, que toma la forma de la pura reflexión, puesto que en él interesa, más que los resultados definitivos de la investigación, el proceso intelectual de enfrentamiento con el objeto de reflexión y la búsqueda misma del conocimiento.
Dado su carácter personal y abierto, el género del ensayo no presenta unos límites claros. Con todo, pueden tomarse los siguientes como sus rasgos fundamentales, siempre que no se entiendan de forma absoluta, sino como tendencias que pueden cumplirse en mayor o menor grado:
Ø Es un escrito que presenta una visión personal del autor sobre alguna cuestión. Es la perspectiva elegida por él lo que enmarca y da valor al mensaje, de forma que lo que verdaderamente interesa en el texto no es tanto el tema por sí mismo, sino el peculiar enfoque desde el que lo contempla el autor. Frente al estudio —caracterizado por su fuerte tendencia a la objetividad, que permite poner en primer plano el objeto de análisis—, el género del ensayo da vía libre a la subjetividad. El autor se convierte en protagonista del texto: vuelca en él sus ideas sobre el asunto, sus impresiones propias, a veces incluso sus recuerdos... Es decir, más que analizar rigurosamente un tema, lo interpreta y juzga desde su propia perspectiva. Por eso son mucho más habituales que en los tratados y artículos especializados las referencias a la 1.ª persona, y también la presencia de una adjetivación valorativa, que refleja con nitidez la personalidad, la ideología, los gustos y aversiones del ensayista.
Ø Es también, dada esa subjetividad, un género abierto a la polémica: las impresiones y las opiniones del autor son discutibles, precisamente por ser personales; en ocasiones, es el propio ensayista quien busca el debate oponiéndose a los puntos de vista de otros autores y rebatiendo sus ideas y argumentos.
Discrepo en absoluto de la opinión que Menéndez Pelayo tenía acerca de la novela pastoril [...]. Si creemos que el Renacimiento, en aspecto tan importante como éste, reproduce cierto tipo de belleza antigua, por frívolo ejercicio de dilettantismo, el concepto de Renacimiento se nos va de entre las manos.
Américo Castro: El pensamiento de Cervantes
Ø En el ensayo, el autor no pretende llegar a conclusiones definitivas universalmente válidas; renuncia también a la exhaustividad y al rigor en el tratamiento del tema, y se queda con la sugerencia: su propósito es abrir caminos, mostrar nuevas perspectivas y, sobre todo, suscitar la reflexión del lector. Por supuesto, defiende con argumentos sus ideas, pero esos argumentos pocas veces son pruebas explícitas que se pretendan irrevocables; prefiere la expresividad, los argumentos que son capaces de sugerir al lector determinadas impresiones (de ahí la frecuente inclusión de anécdotas propias o ajenas, recuerdos personales, comparaciones, referencias a lecturas, etc.).
Ø Como el autor, también el lector adquiere a menudo en el ensayo una gran importancia. Téngase en cuenta, en primer lugar, que el destinatario del ensayo es siempre un público amplio, sin conocimientos profundos sobre el tema (no es habitual utilizar el ensayo libre para dirigirse a especialistas), pero con un cierto interés por informarse y dispuesto a la reflexión. Ello justifica la sencillez expositiva y la amenidad que suelen caracterizar a este género. Pero, además, es importante porque el ensayista busca algo más que transmitirle conocimientos: pretende dialogar con él y encauzar a través de ese diálogo sus pensamientos sobre los asuntos que le propone. En cierta forma, el ensayo es una reflexión en complicidad en la que el autor traza un camino de ideas por el que nos lleva de la mano. Por eso son frecuentes las alusiones al lector y las llamadas a su atención:
¿Qué es la vida? ¿Cuál es nuestro fin sobre el planeta? ¿Cómo encontrar la felicidad que ambicionamos? Pío Baroja es un pesimista irreductible. Tal vez de la lectura de sus libros te haya surgido, lector, angustiosa, la sensación de que nuestra vida no tiene finalidad alguna, y de que la felicidad, que creemos que existe, es un vano fantasma.
Azorín: “La filosofía de Pío Baroja”, en Los pueblos
Ø Otra característica del ensayo es la variedad. Es variable en su extensión (desde una columna de periódico hasta un voluminoso libro, aunque en su origen tendía a la brevedad), en sus formas de publicación (libro, artículo en prensa, colección de ensayos breves del mismo autor, colección de varios autores sobre un tema...), en el tema (el pensador puede dirigir su reflexión sobre cualquier asunto que le interese: literario, filosófico, histórico, de costumbres, científico, político, etc.), en el tono (objetivo, crítico, humorístico, satírico, poético...). El enfoque y la actitud también son diversos: en unos casos el autor se propone presentar reflexiones profundas y enjundiosas sobre la realidad y la vida, en otros se interesa por los problemas cotidianos o las cuestiones de actualidad, que intenta explicar o enjuiciar de manera crítica.
Ø La estructura interna de los ensayos es libre y abierta. El ensayista no se ajusta a ningún esquema convencional previo, como suele suceder en los tratados y en los artículos especializados. Muy al contrario, es habitual que la línea del pensamiento fluya con entera libertad. No necesita preocuparse de seguir un orden rigurosamente establecido, pues lo que intenta no es agotar un tema, y por tanto, poco importa si en el análisis deja algún aspecto sin tratar o sin desarrollar por completo. Le interesa más, recordémoslo, la viveza de la reflexión, la capacidad del discurso para sugerir al lector ideas profundas, originales o incluso sorprendentes. Por ello, es normal que los ensayos se caractericen también por la gran riqueza y variedad de los elementos que incorporan: ejemplos que ilustran los conceptos y amenizan la lectura, digresiones para desarrollar un asunto secundario o conectar con algo que ya se ha dicho o se va a decir, referencias a ideas o pasajes de otros autores, citas literales, narración de anécdotas propias o ajenas, en ocasiones incluso el diálogo.
Ø En cuanto a la forma de la expresión lingüística, lo característico es una mayor voluntad de estilo. El hecho de que se conciba el ensayo como la expresión de una visión personal y subjetiva hace que prevalezca en el discurso la particular forma de escribir de cada ensayista, su estilo. Fuera de la necesidad de que el discurso con el que exponga sus reflexiones le resulte al lector ameno y sugerente, es imposible establecer rasgos lingüísticos definidos que aparezcan de forma constante en todos los textos, porque la lengua que se use no depende del tema tratado, sino de las preferencias del autor: unos gustan de las construcciones largas, encadenadas, con abundante uso de la subordinación, mientras que otros utilizan la frase corta y rápida; algunos prefieren un tipo de expresión que busca la claridad, la precisión y un mayor aire de objetividad, lo que acerca el escrito a la forma característica de los estudios y tratados; otros buscan conscientemente una expresión más elaborada, más cercana a la creación literaria.
En este último caso, el autor puede dar rienda suelta a su capacidad creadora y utilizar profusamente, si así lo desea, todo tipo de recursos de estilo que contribuyan a su propósito de sugerir y mover el ánimo del lector: símiles y metáforas, adjetivación brillante y evocadora, aprovechamiento de los valores connotativos y de la capacidad de sugerencia de las palabras, antítesis, paradojas, anáforas, etc. Es decir, se acercará a lo que consideramos como uso literario de la lengua. De hecho, cuanto más se aleja del lenguaje y la forma de expresión propia de los estudios y tratados, más se aproxima el ensayo a la consideración de género auténticamente literario.
lunes, 14 de marzo de 2011
los conectores en los textos argumentativos
sábado, 5 de marzo de 2011
Comentario nº 3
Comentario nº 3
Los científicos siguen encontrando remedios a las enfermedades humanas en los seres vivos más insospechados.
La naturaleza ha sido siempre el mayor laboratorio al alcance del hombre. Por eso, la industria farmacéutica no cesa de investigar en plantas y animales. Su campo de actuación son, sobre todo, los bosques tropicales que, junto con los arrecifes de coral, constituyen los mayores centros de riqueza de todo el planeta. Según el Instituto Nacional contra el Cáncer de EEUU, de estas riquísimas formaciones vegetales proceden más del setenta por ciento de las plantas anticarcinógenas que se usan en la actualidad, aunque el potencial por utilizar es infinitamente mayor puesto que solo se ha investigado el uno por ciento de las plantas conocidas. En cualquier caso, el que la medicina occidental no haya recurrido aún a esas plantas no impide que sí lo hagan los pueblos aborígenes, y con excelentes resultados. De ello da idea el hecho de que del largo centenar de preparados farmacéuticos procedentes de plantas que hoy se comercializan, las tres cuartas partes han sido elaboradas con recetas de la farmacopea aborigen.
El abanico de sustancias curativas de origen animal también es amplio. Sirvan como referencia los anticoagulantes que se sacan de determinadas serpientes venenosas, los fármacos antialérgicos procedentes de los caracoles marinos o los anticonceptivos que se obtienen a partir de los sistemas inmunológicos de escualos y anfibios. El contrasentido es que mientras por un lado se busca en la biodiversidad remedios para combatir todo tipo de enfermedades, por otro se destruye. Y esto, además de una amenaza directa para millones de personajes, supone hipotecar el futuro de toda la humanidad.
Miguel Mihura y 3 sombreros de copa
MIGUEL MIHURA ( 1905-1977) Y EL TEATRO HUMORÍSTICO DE POSTGUERRA
Hijo de cómico, el teatro, en cuyo ambiente vivió desde niño, era para él un espacio de libertad, donde las cosas no ocurren como en el mundo. Siendo muy joven, el empresario y popular actor Alady le lleva en su compañía como asesor literario. Una tuberculosis que le obliga a guardar cama durante tres años le aparta de esta vida. Desde esta cama imagina Tres sombreros de copa, escrita desde una situación de crisis personal. Mihura se limita a fraguar una metáfora de su vida personal. Ahí están Paula y Dionisio, personajes que quisieran vivir en un mundo inaccesible. Mihura imaginó , en esta obra de juventud, un conflicto fundamental entre lo que el ser humano imagina y desea, lo que es su mundo más profundo, y la realidad impuesta a través de las normas sociales o las circustancias personales. ¿Cómo responde el autor al conflicto?: con la aceptación de la norma. No hay otra respuesta que la de aceptar los límites impuestos por la sociedad.
Cuando comienza la guerra civil, Mihura se refugia en San Sebastián. Allí dirige la revista
Para valorar la originalidad del nuevo teatro de humor de Mihura es necesario no olvidar que Tres sombreros de copa, su primera obra dramática, fue escrita en 1932, aunque no se estrenara hasta 1952. En ella mezcla ternura y sarcasmo, comicidad y amargura, ingenio y crítica a una sociedad que no estaba preparada para ese carácter renovador. Escrita en 1932, nadie se atrevió a producirla por considerarla absolutamente irrepresentable. El sentido del humor absurdo que proponía iba por delante más de 20 años. Es el sino de las mejores obras teatrales de la escena española del siglo XX: Luces de bohemia se adelantó medio siglo; García Lorca toda una postguerra.
La obra la estrenó, veinte años después, un grupo semiprofesional de teatro universitario en una sesión de cámara, a pesar de que Mihura se negó, en primera instancia, a autorizar la representación. Se estrenó el 24 de noviembre de
Mihura, solo dos años más joven que Jardiel Poncela, Max Aub y Casona, nacidos los tres en 1903, pertenece, por la fecha de su primera obra a esa etapa de renovación del teatro español anterior a la guerra civil, etapa caracterizada por las múltiples rupturas de las formas y los temas dramáticos convencionales. El humor experimentó, con Jardiel y Mihura sobre todo, una transformación en cuanto a los contenidos y a las formas, contagiado por publicaciones de autores europeos, en los que se dejaba sentir ese gusto por la dislocación, el sinsentido y la pirueta verbal. Esta tendencia humorística se complace en las situaciones inverosímiles, en las asociaciones caprichosas, en la fractura del discurso lógico previsible, en la agudeza verbal y expresiva, en la extravagancia asumida con naturalidad, en la fantasía descabellada, pero elegante, o en el disparate al que no le falta un cierto grado de cordura o de sentido común.
Algunos críticos han denominado a un grupo de escritores entre los que se encontraba Mihura, Poncela, Edgar Neville o José López Rubio, como la otra generación del 27 o generación inverosímil , autores que cultivan un teatro vanguardista, que se refugia en los territorios de la imaginación y la excentricidad más o menos provocativa, y que pretendía plantar cara a los convencionales modos de vida dominantes. En Mihura y en Jardiel Poncela encontramos un espíritu marcadamente antiburgués, que les lleva a satirizar diversas instituciones y costumbres, como el matrimonio, en el que Mihura ve un signo del tedio rutinario que corrompe inevitablemente el amor. Las costumbres que satiriza están asociadas a la vida convencional y reglada que simboliza una ciudad de provincias, a sus prejuicios, y al empleo de un lenguaje inerte, inexpresivo, rancio, que es ridiculizado por el autor mediante un ejercicio estilístico que supone una de las aportaciones más interesantes de su obra dramática. La murmuración y los miedos al qué dirán, la obsesión por el casamiento, la rutina paralizadora, la vaciedad de determinados ritos de relación social.
La fuerza dramática de Tres sombreros de copa está en la colisión entre dos mundos irreconciliables. El mundo burgués, cursi, adinerado, limitado por una moral estricta, de una provincia española, y el mundo inverosímil, errante, libre y sin esperanzas que forman el negro Buby Barton y las muchachas que integran su ballet en el music hall. Cada uno de estos mundos se rige por leyes propias. Este mundo nos lo representa a través de personajes representativos, a menudo esquemáticos y de un solo perfil. Don Sacramento, El Odioso señor, El anciano militar, El romántico enamorado, El guapo muchacho, que constituyen una galería de personajes grotescos, arquetípicos, que encarnan el puritanismo, la rigidez de costumbres de la burguesía. El mundo del music hall se singulariza, en principio, por su amoralidad a rajatabla. Aquí no existe la esclavitud de las buenas costumbres, pero hay otra esclavitud, que surge de lo apariencial: las joyas, los vestidos deslumbrantes. Entre estos dos mundos enfrentados surge el amor verdadero entre Dionisio y Paula, amor proscrito de antemano, que naturalmente es condenado por ese engranaje, superior a ellos mismos, en el que están inmersos.