sábado, 5 de marzo de 2011

Miguel Mihura y 3 sombreros de copa

MIGUEL MIHURA ( 1905-1977) Y EL TEATRO HUMORÍSTICO DE POSTGUERRA

Hijo de cómico, el teatro, en cuyo ambiente vivió desde niño, era para él un espacio de libertad, donde las cosas no ocurren como en el mundo. Siendo muy joven, el empresario y popular actor Alady le lleva en su compañía como asesor literario. Una tuberculosis que le obliga a guardar cama durante tres años le aparta de esta vida. Desde esta cama imagina Tres sombreros de copa, escrita desde una situación de crisis personal. Mihura se limita a fraguar una metáfora de su vida personal. Ahí están Paula y Dionisio, personajes que quisieran vivir en un mundo inaccesible. Mihura imaginó , en esta obra de juventud, un conflicto fundamental entre lo que el ser humano imagina y desea, lo que es su mundo más profundo, y la realidad impuesta a través de las normas sociales o las circustancias personales. ¿Cómo responde el autor al conflicto?: con la aceptación de la norma. No hay otra respuesta que la de aceptar los límites impuestos por la sociedad.

Cuando comienza la guerra civil, Mihura se refugia en San Sebastián. Allí dirige la revista La Ametralladora , una revista de humor para los soldados en guerra. En los años 40, ya en Madrid, funda La Codorniz, seguirá su camino de humorista y trabajará para el cine.

Para valorar la originalidad del nuevo teatro de humor de Mihura es necesario no olvidar que Tres sombreros de copa, su primera obra dramática, fue escrita en 1932, aunque no se estrenara hasta 1952. En ella mezcla ternura y sarcasmo, comicidad y amargura, ingenio y crítica a una sociedad que no estaba preparada para ese carácter renovador. Escrita en 1932, nadie se atrevió a producirla por considerarla absolutamente irrepresentable. El sentido del humor absurdo que proponía iba por delante más de 20 años. Es el sino de las mejores obras teatrales de la escena española del siglo XX: Luces de bohemia se adelantó medio siglo; García Lorca toda una postguerra.

La obra la estrenó, veinte años después, un grupo semiprofesional de teatro universitario en una sesión de cámara, a pesar de que Mihura se negó, en primera instancia, a autorizar la representación. Se estrenó el 24 de noviembre de 1952. A pesar de que la obra gustó a la intelectualidad, cuando poco después se entrenó en un escenario comercial, el Teatro Beatriz, no tuvo el éxito esperado. Con 48 funciones, poco más de tres semanas, tuvo que retirarse de cartel. Al mismo tiempo, al autor le conceden el Premio Nacional de Teatro. Hay que tener en cuenta, que en 1952 Mihura no era ningún desconocido. A sus 47 años había estrenado unas cuantas comedias, era conocido periodista de varias revistas de humor ( había dirigido ya La Codorniz), y era un personaje habitual de la sociedad artística de aquel Madrid. Los sucesivos estrenos que llegaron le proporcionaron recursos suficientes para vivir. En los años cincuenta y sesenta se dedicó a escribir comedias. El único problema de Mihura fue que, en contra de su opinión, nunca volvió a escribir un texto tan completo y magnífico como aquél, lo que significa que emprendió una paulatina sumisión hacia el sistema empresarial, con el fin de hacer sus obras mucho más asequibles al espectador. Obras como Maribel y la extraña familia, Ninette y un señor de Murcia, Melocotón en almíbar.

Mihura, solo dos años más joven que Jardiel Poncela, Max Aub y Casona, nacidos los tres en 1903, pertenece, por la fecha de su primera obra a esa etapa de renovación del teatro español anterior a la guerra civil, etapa caracterizada por las múltiples rupturas de las formas y los temas dramáticos convencionales. El humor experimentó, con Jardiel y Mihura sobre todo, una transformación en cuanto a los contenidos y a las formas, contagiado por publicaciones de autores europeos, en los que se dejaba sentir ese gusto por la dislocación, el sinsentido y la pirueta verbal. Esta tendencia humorística se complace en las situaciones inverosímiles, en las asociaciones caprichosas, en la fractura del discurso lógico previsible, en la agudeza verbal y expresiva, en la extravagancia asumida con naturalidad, en la fantasía descabellada, pero elegante, o en el disparate al que no le falta un cierto grado de cordura o de sentido común.

Algunos críticos han denominado a un grupo de escritores entre los que se encontraba Mihura, Poncela, Edgar Neville o José López Rubio, como la otra generación del 27 o generación inverosímil , autores que cultivan un teatro vanguardista, que se refugia en los territorios de la imaginación y la excentricidad más o menos provocativa, y que pretendía plantar cara a los convencionales modos de vida dominantes. En Mihura y en Jardiel Poncela encontramos un espíritu marcadamente antiburgués, que les lleva a satirizar diversas instituciones y costumbres, como el matrimonio, en el que Mihura ve un signo del tedio rutinario que corrompe inevitablemente el amor. Las costumbres que satiriza están asociadas a la vida convencional y reglada que simboliza una ciudad de provincias, a sus prejuicios, y al empleo de un lenguaje inerte, inexpresivo, rancio, que es ridiculizado por el autor mediante un ejercicio estilístico que supone una de las aportaciones más interesantes de su obra dramática. La murmuración y los miedos al qué dirán, la obsesión por el casamiento, la rutina paralizadora, la vaciedad de determinados ritos de relación social.

La fuerza dramática de Tres sombreros de copa está en la colisión entre dos mundos irreconciliables. El mundo burgués, cursi, adinerado, limitado por una moral estricta, de una provincia española, y el mundo inverosímil, errante, libre y sin esperanzas que forman el negro Buby Barton y las muchachas que integran su ballet en el music hall. Cada uno de estos mundos se rige por leyes propias. Este mundo nos lo representa a través de personajes representativos, a menudo esquemáticos y de un solo perfil. Don Sacramento, El Odioso señor, El anciano militar, El romántico enamorado, El guapo muchacho, que constituyen una galería de personajes grotescos, arquetípicos, que encarnan el puritanismo, la rigidez de costumbres de la burguesía. El mundo del music hall se singulariza, en principio, por su amoralidad a rajatabla. Aquí no existe la esclavitud de las buenas costumbres, pero hay otra esclavitud, que surge de lo apariencial: las joyas, los vestidos deslumbrantes. Entre estos dos mundos enfrentados surge el amor verdadero entre Dionisio y Paula, amor proscrito de antemano, que naturalmente es condenado por ese engranaje, superior a ellos mismos, en el que están inmersos.

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