sábado, 5 de marzo de 2011

Comentario nº 3

Comentario nº 3

Los científicos siguen encontrando remedios a las enfermedades humanas en los seres vivos más insospechados.

La naturaleza ha sido siempre el mayor laboratorio al alcance del hombre. Por eso, la industria farmacéutica no cesa de investigar en plantas y animales. Su campo de actuación son, sobre todo, los bosques tropicales que, junto con los arrecifes de coral, constituyen los mayores centros de riqueza de todo el planeta. Según el Instituto Nacional contra el Cáncer de EEUU, de estas riquísimas formaciones vegetales proceden más del setenta por ciento de las plantas anticarcinógenas que se usan en la actualidad, aunque el potencial por utilizar es infinitamente mayor puesto que solo se ha investigado el uno por ciento de las plantas conocidas. En cualquier caso, el que la medicina occidental no haya recurrido aún a esas plantas no impide que sí lo hagan los pueblos aborígenes, y con excelentes resultados. De ello da idea el hecho de que del largo centenar de preparados farmacéuticos procedentes de plantas que hoy se comercializan, las tres cuartas partes han sido elaboradas con recetas de la farmacopea aborigen.

El abanico de sustancias curativas de origen animal también es amplio. Sirvan como referencia los anticoagulantes que se sacan de determinadas serpientes venenosas, los fármacos antialérgicos procedentes de los caracoles marinos o los anticonceptivos que se obtienen a partir de los sistemas inmunológicos de escualos y anfibios. El contrasentido es que mientras por un lado se busca en la biodiversidad remedios para combatir todo tipo de enfermedades, por otro se destruye. Y esto, además de una amenaza directa para millones de personajes, supone hipotecar el futuro de toda la humanidad.

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